La Región Autónoma Uigur de Sinkiang de China está presenciando actualmente una crisis de derechos humanos sin precedentes en la que entre uno y tres millones de uigures predominantemente musulmanes, kazajos y miembros de otras minorías étnicas han sido detenidos sin cargos, ni juicio en los llamados “campos de reeducación”. El siguiente blog está escrito por un experto en cultura uigur y arroja luz sobre cómo es la vida para los que están dentro de la región.
“Imagina un mundo donde todos tus movimientos son observados. Donde se supervisa a quién conoces, a quién visitas e incluso de qué hablas. Donde se puede ser detenido en un autobús a mitad de viaje o detenido fuera de tu coche en un punto de control, donde tus pertenencias, tu identidad, tu cara, tus huellas dactilares y tu iris se escanean varias veces al día, y donde el contenido de tu teléfono podría enviarte a prisión por el resto de tu vida.
Esta es la nueva realidad para más de 10 millones de uigures (pronunciados Weega) en la provincia de Sinkiang, al noroeste de China, desde que el ex gobernador del Tíbet, Chen Quanguo fue convocado para asumir el control, en lo que fue considerada como la segunda provincia más problemática de China en 2017 a los ojos de Xi Jinping y el Partido Comunista Chino.
Su llegada instituyó los datos biológicos y el ADN de cada Uigur en la región, enormes cantidades de equipo de vigilancia, millas de alambre de púas cercas de seguridad instalados, y estaciones de policía construidas en cada esquina de la calle. Más preocupante que todo esto, la velocidad de las autoridades para construir una vasta red de campamentos en los que hasta tres millones de uigurs han sido encarcelados extrajudicialmente por “crímenes” como “barbas inusuales”, faldas largas, pañuelos en la cabeza o simplemente poseer una baratija inscrita con caligrafía árabe.
Los días pasan y uno se pregunta si uno de los multitudinarios controles policiales cada 500 metros podría señalarte como “peligroso”, “sospechoso” o simplemente alguien a quien observar, y un viaje de cinco minutos para comprar un paquete de leche podría ser el inicio de una detención que te arrastra a la reeducación sin oportunidad de despedirte. La próxima vez que tus parientes se enteren de ti será cuando los sorprenden con una llamada un año después, como recompensa por memorizar los discursos del presidente, en chino, en un idioma que no es tu lengua materna. Y en esta primera conversación, después de todo este tiempo mientras ellos se preguntaban si estabas vivo o muerto, será de solo dos minutos, en el nuevo idioma que has estado aprendiendo hablarás solo de lo privilegiado que eres por poder realizar esta llamada, hablarás solo elogios para el Partido y expresiones de gratitud a Xi Jinping por darles una oportunidad de esta “formación vocacional”.
Las noches se pasan escuchando los sonidos en las escaleras. ¿Es un vecino que regresa del trabajo, un amigo que viene a llamar, o la policía comunitaria que viene a revisar el cuaderno en el que habría escrito las idas y venidas diarias de la gente en su caminar? La policía armada bloqueará tu puerta principal mientras inspeccionan tu casa en busca de rastros de libros de autores prohibidos, como un viejo Corán o un segundo teléfono que contenga aplicaciones prohibidas que no te atrevas a declarar en la calle. Si tienes poca suerte, decidirán llevarte, probablemente al principio a un campamento de “reeducación”, antes de que decidan si tus “crímenes” merecen una sentencia más dura, tu familia será desalojada sumariamente, la puerta será sellada, y tendrán que buscar refugio con vecinos o amigos hasta que el polvo se asiente.
Nadie es inmune a las redadas. Parece que no hay una justificación obvia, pero aun los cantantes, bailarines, profesores, médicos y académicos no están exentos y muchos más miembros leales del Partido, han desaparecido para no regresar ni siquiera hasta el día de hoy.
La provincia de Sinkiang, hogar de los uigures y tres veces el tamaño de Francia, es un puente clave entre China y Europa en el impulso de Beijing para reconstruir una nueva Ruta de la Seda para su comercio con el resto del mundo; en esto puede haber una pista para las redadas. Muchos uigures anhelan su propia patria y miran con nostalgia al otro lado de la frontera a “los stáns”(Asia Central), todos los cuales han ganado la independencia durante los últimos 25 años.
El islam también podría explicar en parte la ferocidad de las represiones, ya que los uigures son predominantemente musulmanes y practican su religión con diferentes grados de piedad. Algunos huyeron de China para unir fuerzas con ISIS en Siria, y aunque las cifras son pequeñas, esto ha sido bien visto por el Partido Comunista, y sus compatriotas son posteriormente tratados como si fueran parte de los mismos grupos, a los ojos de un gobierno ateo.
Pero nada explica realmente la campaña de sinización draconiana (la asimilación lingüística y cultural de China) desde que el presidente Xi Jinping eliminó los límites de tiempo presidenciales en 2018, haciéndose líder de por vida.
Ha hecho de su misión el reprimir no sólo el Islam, sino todas las religiones con una severidad y determinación no vistas desde Mao. No sólo mezquitas, sino iglesias y templos budistas han sido derribados en toda China, líderes encarcelados y congregaciones obligadas a recitar eslóganes ateos y propaganda mientras adoran.
Todos los uigures fueron privados de sus pasaportes y derechos de viaje en 2016, y aquellos que lograron huir, lo hicieron a través de países musulmanes que rápidamente cayeron bajo el hechizo de Beijing. Las órdenes de repatriar a los uigures se llevaron a cabo brutalmente, separando a las familias y los niños en las siguientes redadas. Los que escaparon huyeron a terceros países por tierra o con pasaportes falsos, algunos recogiendo niños abandonados a medio camino.
Muchos están ahora en Turquía o en países europeos comprensivos, traumatizados, deprimidos, desraizados y apátridas. Hablan incesantemente sobre la patria, los hijos, las esposas y los esposos que han dejado atrás y con quienes ya no pueden comunicarse por temor al peligro que traería a sus parientes. Conocer a alguien en Turquía, o uno de los 26 países prohibidos para los uigures, es suficiente para ganar lugar en un campamento; pero comunicarse con ellos podría meterlos en prisión de por vida.
Hablé con Eziza quien vive ahora con otros 50.000 uigures en Estambul. Quien me contó una desgarradora historia acerca de “La decisión de Sophie”cuando huyó de Sinkiang en 2018, después de que su marido fuera detenido y supiera que sería la siguiente. Huyó con sus dos hijas que todavía tenían pasaportes, pero se vio obligada a dejar a su hija de siete años que no tenía pasaporte, con los vecinos. Su hija pronto fue llevada por el gobierno a un orfanato. Ella sabe que nunca volverá a verla a ella o a su marido y se siente en agonía con la imagen diminuta que le queda de su hijita. Todas las fotos y videos desaparecieron de su teléfono después de que su número fue requisado en su país de origen.
La angustia para Eziza es infinita, pero no está sola. Esta es la vida de la mayoría de los exiliados uigures separados de sus raíces y sus propias de vida.
La opresión del gobierno chino continúa a buen ritmo en Sinkiang. Desde 2016, hasta tres millones de uigures han sido condenados extrajudicialmente a la “reeducación”, de los que han sido liberados, la mayoría han sido enviados a fábricas para hacer ropa o componentes para grandes empresas occidentales, algunas de las cuales, emplean aun sabiendo esta situación la mano de obra esclavista uigur y existen muchas otras que aún no son conscientes de esto. Con los datos biológicos de cada uigur ahora en una base de datos, los activistas de derechos humanos y, por supuesto, toda la diáspora de uigur temen por la seguridad de sus familias y amigos a manos de un gobierno que no ha tenido reparos en solicitar los órganos de los presos políticos.
Para Eziza y miles como ella, el tormento continúa y no parece haber fin a la vista”.
Imagen destacada: Badiucao