Una vida de lucha y supervivencia: la realidad de opresión religiosa en Cuba

Padre Alberto Reyes Pías es un sacerdote católico romano en la Arquidiócesis de Camagüey, Cuba. Es una de las voces más articuladas sobre la libertad de religión o de creencias en Cuba y continúa denunciando con valentía las violaciones sistemáticas de este derecho por parte del gobierno cubano. Esta es una transcripción de una presentación que hizo como parte de un panel de discusión moderado por la CSW, en la Cumbre Internacional de Libertad Religiosa de 2024 en Washington, DC.

Uno de los más sutiles mecanismos del mal es lo que llamamos “la normalización”, que no es otra cosa que el mal convertido en parte habitual de la vida, de modo que no sólo damos por hecho su presencia sino que enfocamos nuestras energías no en eliminarlo y liberarnos de él sino en ver cómo podemos seguir caminando a pesar de que nos traba los pies, nos ata las manos y nos oprime la garganta.

Aparentemente, en Cuba se respeta la libertad religiosa: las iglesias están abiertas, los cultos son permitidos, las catequesis existen, los jóvenes se reúnen, se puede hablar abiertamente de Dios, poseer una Biblia, portar signos religiosos… Y como en este momento en Cuba hay tanta sed de Dios, los agentes de pastoral nos enfocamos en atender a toda esa gente que viene buscando una experiencia de Dios que toque su vida, pero al precio de asumir como “normal” lo que no lo es.

Porque respecto a la religión en Cuba, hay un universo de realidades que limitan el acceso del pueblo a la experiencia de Dios, realidades con las cuales convivimos porque son aceptadas como “lo normal”.

Sin embargo, no es normal, aunque se intente normalizar, la existencia de una Oficina de Asuntos Religiosos dirigida por el Partido Comunista, que fiscaliza e intenta controlar cada simple movimiento de la Iglesia, y no es normal que esa Oficina presione a los obispos cubanos para que frenen la acción social o sanamente política de sacerdotes y laicos comprometidos.

No es normal depender de permisos para toda expresión pública de la fe.

No es normal no tener acceso a los medios de comunicación social y que la Iglesia no pueda tener los suyos propios.

No es normal que las diferentes confesiones no tengan acceso al sistema nacional de educación y de salud y no puedan tener sus propias escuelas y centros de salud y asistenciales.

No es normal que se acose a la Iglesia por defender la inocencia de los presos políticos y por ayudar a sus familiares.

No es normal el acoso y el desprestigio a sacerdotes, religiosas y laicos que, movidos por su fe, levantan la voz en favor del pueblo, teniendo en cuenta que este compromiso nace de nuestro profundo convencimiento de que Dios es necesario para cada persona y para cada pueblo, y que nuestro objetivo es llevar a Dios a todos.

Enfrentarnos directamente sólo conduciría a la destrucción o al desánimo, que es un lujo que no nos podemos permitir.

Por eso, con espíritu de sobrevivientes, buscamos cada resquicio que nos permita hacer pasar la luz de la fe. Así, ignoramos sistemáticamente las amenazas y las quejas de la Oficina de Asuntos Religiosos, y hacemos oídos sordos a los ataques que recibimos; insistimos una y otra vez en los permisos que necesitamos para reconstruir nuestros templos y en las autorizaciones para expresar públicamente nuestra fe; compramos casas y las ponemos a nombres de personas de confianza para convertirlas en las iglesias de los pueblos; distribuimos de mano en mano todo material evangelizador que podemos, y usamos también nuestras redes sociales personales; nos las ingeniamos para conseguir y distribuir medicamentos, comida, ropa y todo lo que pueda aliviar la situación precaria de las personas; intentamos educar a los padres en su papel protagónico como formadores de sus hijos… porque hemos entendido que siempre se pueden dar pasos, aunque se tengan los pies atados.

Sin embargo, no negamos que esta vida de lucha y supervivencia nos agota. El ser humano es capaz de enfrentar cualquier guerra, pero no está hecho para vivir perennemente en guerra, y nuestra guerra ha cumplido ya 65 años, 65 largos años donde hemos tenido que recomenzar una y otra vez, donde hemos tenido que lidiar con un sistema alérgico a los valores centrales de la fe cristiana, un sistema que se pone en alerta cada vez que escucha hablar de verdad, de justicia, de libertad y de una bondad de la cual no sean ellos los protagonistas y los administradores.

Nosotros seguiremos luchando, a pesar del alto precio, pero necesitamos saber que no estamos solos, que contamos con otros que alcen la voz cuando a nosotros nos silencian, que defiendan la verdad cuando otros mientan sobre un paraíso cubano que no existe.

Necesitamos saber que contamos con otros que no harán el juego a la propaganda oficial, y que denunciarán todo aquello que ata nuestro espíritu y reprime nuestro actuar.

Y necesitamos mucho saber que hay otros que, día a día, rezan por nosotros al Dios que nos une, y piden para nosotros la libertad anhelada, la conversión de nuestro pueblo, y el perdón para aquellos que nos oprimen y que necesitan abrir su alma a un Dios que también es su Padre.