En algunos países latinoamericanos, líderes religiosos frecuentemente desempeñan papeles como líderes comunitarios y defensores de los derechos humanos. Como resultado, estos líderes se enfrentan al acoso, la intimidación e incluso la violencia en las manos de actores estatales y no estatales. Durante las próximas semanas CSW presentará entrevistas con líderes religiosos quienes trabajan en la región para destacar sus experiencias en la línea de fuego frente a la libertad de religión o creencia (LdRC).
Otto es un pastor Protestante quien huyó de Tuluá, Colombia.
“Si dice algo va a terminar como esos dos…
Era un domingo en la mañana, y todo iba como de costumbre, pero en ese día iba a cambiar nuestras vidas.
Pasado el servicio dominical se me acercó un hombre con el cual había cruzado unas palabras el miércoles anterior, casi no lo reconozco porque su aspecto había cambiado considerablemente y en su aspecto se podía observar que no había dormido o descansado en un buen tiempo, después del saludo entablamos una conversación que iba a trastornar mi vida y la de mi familia. Todo esto sucedió en el hermoso país que me vio nacer, Colombia.
Para tener una idea, este es un país que, gracias a su extenso territorio, geografía, riqueza hídrica, la gran variedad de pisos térmicos y biodiversidad, se ve envuelto en lo que pareciera una “maldición” por su fortuna. Toda esta riqueza ha llevado a que en varias de sus regiones se viva el flagelo de los cultivos ilícitos y el narcotráfico que arrastra en sus fauces destrucción, muerte y dolor.
Este mismo paraíso es un lugar donde muchos sufren en silencio los efectos desastrosos de todo lo que surge alrededor de este “verdugo”, es allí donde muchas personas ajenas a esto tienen que sufrir, y entre todos ellos se encuentran ministros, personas que con sinceridad entregan su vida a la causa de Cristo sin darle importancia a los peligros que acechan, y es en una población de este país en donde continua la historia.
Desde que llegué a aquella ciudad siempre escuché muchas advertencias en donde me sugerían que tuviera precauciones pues aquella era una ciudad “de cuidado”. De muchas maneras me señalaban que no frecuentara ciertos barrios o lugares, sin embargo, el deseo de cumplir la misión por la cual Dios me había enviado a aquel lugar me hacía pasar por alto todo aquello y en varias ocasiones me entrevisté con “personas peligrosas” y les compartía de la esperanza y el amor de Jesús.
En mi vida y ministerio todo transcurría con tranquilidad, aunque constantemente escuchaba de asesinatos, degollamientos y tipos de noticas que aún siguen sucediendo en esta área del país, pero pese a esto, siempre pensaba que aquello involucraba a personas que estaban directamente implicadas en el narcotráfico pues los medios locales así lo evidenciaban.
Sin embargo, llego el día en que escuche las palabras “…si dice algo va a terminar como esos dos…” y ¿Qué pasó?
Aquel domingo hablando con el hombre que se acercó, me enteré de que era un sicario a sueldo, que el día anterior había asesinado a dos personas y ahora quería arrepentirse, pero pasados unos minutos todo cambió, su aspecto se transformó, se tornó agresivo y me dijo que se arrepentía de haber confesado lo de aquellas muertes.
Llegó el momento en que me expresó que iba armado y tomando mi mano con fuerza me hizo tocar el arma con el cual había cometido los hechos. Cerca de nosotros, pero sin poder escuchar se encontraba mi esposa con mi hijo e hija y unas mujeres de la congragación que aún no se habían retirado. La intimidación continuó, vacilando varias veces en que sacaba el arma y diciéndome que yo ya estaba “involucrado en ese asunto”.
Pasado un tiempo de intimidación me dijo que lo acompañara a otro lugar, yo le respondí que si necesitaba dinero que yo se lo podía suministrar y me decía que él tenía suficiente que no necesitaba. Después me reiteraba que lo acompañara a un lugar que el denominaba el “cuarto” diciéndome: -es que aquí no quiero hacer nada-.
Tratando de controlar la situación, yo le repetía constantemente -tranquilo, tranquilo todo va a salir bien- pero el ambiente estaba cada vez más tenso.
Sacando valor y teniendo fe que todo iba a salir bien, me puse en pie y poco a poco me fui acercando a la puerta de entrada de la iglesia, una vez estando allí le dije en voz alta a mi esposa y a mis hijos que se subieran apresuradamente al auto (hasta ese momento ellos no sabían nada de lo que estaba ocurriendo) tan pronto había bastantes personas en aquella calle, me apresuré al auto y me retiré de aquel lugar con mi familia.
Asustados llegamos a la casa, empacamos ropa rápidamente y salimos atemorizados de aquello hombre nos estuviera buscando para acabar con mi vida. Ese mismo día salimos de aquella ciudad para no volver.
Mis hijos de 7 y 3 años aún me preguntan el por qué salimos de la ciudad y porque no pudieron volver a sus colegios, con el corazón partido les respondo -Dios lo quiso así-, al momento de escribir estas palabras nos encontramos exiliados, viviendo en un lugar ajeno, pero agradecidos con Dios porque su fidelidad sigue vigente hacia nuestras vidas.
Unos hermanos me informaron que el sicario volvió a buscarnos dos veces más. Una vez en el siguiente miércoles en la reunión de oración, y otra vez el siguiente domingo. En las dos ocasiones entró a la iglesia, observó dentro de la iglesia, y se retiró y estuvo en la esquina de la iglesia esperando hasta después de la reunión y hasta que se fueron todos de la iglesia.”